El mes pasado pusimos el foco en cómo el ritmo de aparición de nuevas innovaciones estaba forzando a una adaptación exprés de los profesionales de la salud. Y en esta ocasión me gustaría hablar de la tecnología que más ha influido en este cambio y de su capacidad para transformar nuestra realidad profesional.
Y es que Internet ha echado por tierra la Teoría que indicaba que todos los seres humanos del planeta estamos conectados por 6 grados de separación entre personas, y nos ha puesto a todos a la misma distancia de un click: ni más ni menos.
De hecho podríamos decir que esta tecnología es la madre de todas las demás, porque nunca antes un medio de comunicación social había alcanzado a tantas personas en una menor cantidad de tiempo. Y esto sucede precisamente porque Internet va más allá de la comunicación y es aprendizaje, conexión y participación, por el orden que más nos guste.
Hasta aquí nada nuevo. He gastado 894 caracteres o lo que es lo mismo casi 7 tweets para hablar de una tecnología que todos en nuestro contexto damos por implantada. Y es que ya lo dice la 3ª Ley de Clarke: ‘Cualquier tecnología lo suficientemente asentada es indistinguible de la magia’. O lo que es lo mismo, cuando una tecnología alcanza un nivel de madurez suficiente la integramos en nuestra vida de una manera tal que solo percibimos su existencia en el momento que falla o deja de funcionar.
Foto: Somos lo que conectamos vía Shutterstock
“Cualquier tecnología lo suficientemente asentada es indistinguible de la magia”. Arthur C. Clarke
Muy pronto no tener conexión a Internet va a ser tan molesto como que se vaya la luz o se estropee el coche, porque ya forma parte de todo lo que hacemos, también como profesionales.
Pero a diferencia de otras tecnologías Internet no es una herramienta más y tiene entidad propia, porque en el momento en que empezamos a depositar en ella nuestro conocimiento y a conectar con otras personas, la red se comporta de manera singular, devolviéndonos con creces el valor aportado. Hasta tal punto que si hasta ahora hemos dicho que somos lo que comemos y nuestra salud está determinada por nuestros hábitos alimenticios, podríamos decir sin temor a equivocarnos que también somos lo que conectamos, porque nuestra actividad en red repercute directamente sobre nuestro desempeño como profesionales de salud. Y lo que es más importante, nuestros hábitos digitales van a tener un impacto directo en nuestro desarrollo profesional y en la salud de las personas a las que atendemos.
Nos encontramos por tanto en un escenario de juego totalmente diferente al que hasta ahora estábamos acostumbrados en el que tenemos a nuestro alcance todo el conocimiento (se estima que el 97% de toda la información ya está en formato digital y el 80% circulando por la red) y una masa crítica de profesionales de todos los ámbitos de la salud y fuera de ella (un día hablaremos de hibridación), con los que podemos conectar y de los que podemos aprender. Por no hablar de los pacientes, que del mismo modo que acuden a la red para hacer sus compras o contratar un viaje, cada vez más buscan información para mejorar su salud o dar respuesta a sus necesidades.
Decíamos el mes pasado que no sobrevive el más fuerte ni el más inteligente sino el que mejor se adapta al cambio. Pues bien, una de las competencias fundamentales o quizás la más importante a desarrollar en este nuevo escenario es nuestra habilidad para generar y mantener redes profesionales eficaces por las que poner a circular nuestro conocimiento y de las que extraer todo aquello que resulte de valor para nuestro trabajo.
3.555 caracteres (casi 26 tweets) y todavía no hemos aterrizado este artículo, así que seamos pragmáticos para que nadie nos acuse de vender e-humo…
La competencia digital de trabajo en red no es más que nuestra capacidad para trabajar y colaborar en entornos digitales. En estos momentos no es mejor profesional el que más conocimiento atesora sino el que es capaz de activar y movilizar su red para acceder a aquella información y recursos que necesita, y trabaja de forma colaborativa con otros profesionales (que pueden encontrarse a miles de kilómetros) gracias a herramientas digitales.
Para entender mejor el valor de la red debemos dejar de pensar en Internet como una tecnología por la que circula contenido y hacerlo en términos de grupos de personas con intereses personales y profesionales que colaboran y participan a gran escala. La diferencia es sutil pero muy importante, porque no se trata de acudir a Google en busca de un artículo determinado sobre el tratamiento de heridas crónicas (que también), sino de ser capaces de usar plataformas como Twitter para seguir e interactuar con otros profesionales referentes en nuestro campo de acción, o de participar en un grupo de Facebook sobre el cuidado de las heridas junto a otras 30.000 personas; o quizás establecer una red profesional en LinkedIn y contactar con líderes de opinión en este ámbito para organizar una red de centros de colaboración; o puede que incluso tener presencia en una red como ResearchGate sea la clave para estar al día sobre las novedades y publicaciones científicas de nuestro interés y recibirlas cómodamente en nuestro correo (¿quién dijo revistas científicas en papel?).
Trabajar en red de forma eficaz tiene además impacto directo en las organizaciones porque permite impulsar grupos de trabajo e investigación y reducir ineficiencias, facilitando además la toma de decisiones en estructuras jerárquicas. Un profesional con capacidad para trabajar en red sabe utilizar las redes sociales, crear y gestionar grupos de trabajo colaborativos, impulsar proyectos a partir de una idea e involucrar a otros profesionales, e incluso desarrollar redes y comunidades profesionales para estimular el aprendizaje informal.
Las posibilidades son infinitas y la red tiene también la capacidad de adaptarse a nuestras necesidades, de forma que así como la configuremos y así como la trabajemos y alimentemos, así será su respuesta.
No imagino ningún escenario futuro en el que el papel de la red no sea crucial para nuestro desarrollo profesional. Como diría Amaral, ‘sin ti no soy nada’, sin red no soy nada.
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