Uno de los términos más de moda últimamente en el sector educativo es el de ‘flipped learning’ o su equivalente en español aula o aprendizaje invertido. Si acudimos a Wikipedia en busca de explicaciones descubrimos que es un modelo de enseñanza que plantea la necesidad de transferir parte del aprendizaje fuera del aula con el fin de aprovechar mejor el tiempo de clase para trabajar con mayor intensidad en busca de un aprendizaje más significativo.
Seguramente si nos ponemos a pensar nos vienen a la cabeza muchas aplicaciones de este término a nuestro ámbito en las que sería necesario invertir la forma en la que hacemos las cosas en salud. Pero sin duda la que más se aproxima al concepto desarrollado en educación es la de aplicar esa transferencia de conocimiento al paciente o ciudadano en busca de una mayor autonomía (paciente activo, comprometido o empoderado) y de reservar los entornos presenciales para aquellas cuestiones en las que podamos aportar más valor. Y ahí como siempre la tecnología va a tener mucho que decir, porque gracias a ella tenemos la capacidad de llegar a las personas de una forma muy directa.
La sanidad invertida implica una transferencia de conocimiento hacia personas comprometidas con su salud y un mayor aprovechamiento de los puntos de contacto digitales y presenciales.
Pero una vez más no deberíamos perder de vista que lo digital no es equivalente a tecnología sino a una nueva forma de hacer las cosas dentro de un cambio cultural más grande. Y por ello no podemos caer en el reduccionismo de pensar que basta el uso de una determinada tecnología (para prescribir información o una app de cuidados) para construir una sanidad invertida.
Del mismo modo que la clase invertida no se reduce a enviar vídeos a los alumnos para después trabajarlos en clase sino que va mucho más allá y supone un enfoque integral que combina métodos constructivistas con la implicación directa de los estudiantes, la sanidad invertida debería ser abordada desde una perspectiva integral.
Aplicar un modelo de sanidad invertida equivale a cambiar el enfoque tradicional hacia otro en el que el paciente adquiera el compromiso activo de cuidar de su salud y los profesionales seamos capaces de acompañarles a lo largo de su vida aportando valor tanto dentro como fuera de las instituciones sanitarias. Porque no olvidemos que los ciudadanos pasan la mayor parte de su tiempo fuera de ellas y que es allí donde ahora tenemos un mayor potencial de ayudarles gracias a la tecnología, porque somos capaces de aumentar los puntos de contacto ciudadano-profesional y centrar nuestra atención en las necesidades individuales de salud de cada persona.
En una sanidad invertida el ciudadano se informa y busca soluciones a sus problemas de salud a través de Internet y resuelve sus dudas de salud junto al profesional, que no solo diagnostica y trata sino que le acompaña durante todo el proceso y le facilita recursos para mejorar su nivel de autocuidado.
En su casa el paciente continuaría con el tratamiento y autocuidado, informándose en la red a partir de fuentes de información de calidad prescritas por su profesional y aprendería de la experiencia de otros personas en su misma situación a través de comunidades digitales. El contacto con el centro sanitario sería frecuente y bidireccional a través de herramientas digitales, ahorrando burocracia y desplazamientos innecesarios y reservando las visitas presenciales para aquellos momentos en que los profesionales podamos aportar más valor, por lo que el paciente se sentiría más acompañado durante todo el proceso, estaría más capacitado para afrontar su enfermedad y se anticiparía a la aparición de problemas.
En estos momentos vivimos en el contexto adecuado. El ciudadano quiere implicarse más en todo lo que afecta a su salud y del mismo modo que hace para otras cuestiones de su vida espera respuestas inmediatas a sus problemas de salud. Tenemos la tecnología necesaria para transferir el conocimiento y aumentar los puntos de contacto y disponemos de profesionales con capacidad de adaptación y ganas de generar cambios.
¿A qué esperamos para invertir la sanidad?
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